sábado, 24 de enero de 2009

Tunik, aquella encuerada masiva

Para todos los que lo pidieron, aquí reproduzco mi testimonio de aquella fría mañana del domingo 6 de mayo de 2007 (pero calientita en el ambiente). El día de la encuerada masiva


“¡Uno, dos, tres, ya!, gritó aquella voz con acento gringo. Segundos después estábamos desnudos…
A las 4:30 de la mañana parecían las tres de la tarde. Autos en lucha por encontrar un lugar cerca de la plancha. Una larga fila de ansiosos participantes se extendía por toda la calle de Madero y daba vuelta hasta Bolívar, ahí donde horas antes el Salón Corona despachó su último cliente.
Conforme los minutos avanzaban, la fila se movía tan rápido que hubo que apresurar el paso y correr. Mientras nos acercábamos al Zócalo, más fuerte se escuchaba el bullicio. Entregamos la solicitud y entramos triunfalmente, como toreros partiendo plaza; alegres, entusiasmados, sin saber aún que sería una de las experiencias más memorables de nuestra vida.
Nos colocamos en la acera, unos junto a Catedral, otros al pie del Portal de Mercaderes. Ahí, sentados, esperábamos exaltados las órdenes de Spencer. Había que matar el tiempo con lo que se pudiera: platicar, entonar cánticos, fumar un cigarrillo o intentar dormir. El gran momento estaba por llegar.
De uno de los balcones laterales del hotel Majestic, una voz dejo escapar un “Gracias”, la primer palabra que los 20 mil presentes escuchamos de Spencer Tunik. “Buenos días México, que esta sea una celebración de cualquier cosa, una celebración interna”, decía el fotógrafo.
Vinieron entonces las porras, los vivas, “¡México, México, México!, como si estuviéramos en un partido de la Selección Nacional. Se oía también, “Nos vamos a encuerar, nos vamos a encuerar” y aún más recio, “Goyaaaaaaaaa, Goyaaaaaaaa”, la UNAM presente. Era un ambiente de júbilo, de camaradería. Una fiesta que habíamos esperado por meses para vivirla.
Minutos después, justo al veinte para las siete, volvió a salir Spencer. “Shhh, shhh, shhhhh”. Todos calladitos. “Ha llegado el momento, listos por favor. Uno, dos, tres ya!”. Fue entonces que ocurrió algo mágico.
La plaza estalló en gritos, en euforia, los miles empezaron a moverse, a levantar brazos y quitar blusas, brasieres Vicky Form, micro tangas, boxers, calzones Zaga, como una carrera contra el tiempo para ver quien se encueraba primero.
No había marcha atrás. Era el momento. Los de adelante ya estaban retozando desnudos, con los ojos bien abiertos y sonrisas de oreja a oreja. Así que no hubo más que desabrochar las agujetas, fuera pants, fuera ropa, naked…El traje de adán había sido planchado exclusivamente para esta ocasión.
Y de pronto ahí estábamos desnudos: los amigos de la universidad, del trabajo, los novios, los matrimonios, los gays, las lesbianas, feos, guapos, gordos, delgados, altas, chaparras, blancos, morenos, todos tratando de buscar un lugar en la plancha, sintiendo por el igual el frío mañanero que erizaba la piel, con libertad, con pujanza, sin diablos ni demonios, sólo nuestros cuerpos, esos mismos que tienen lonjas, tatuajes, marcas, barros, senos caídos o levantados, curvas y caderas de infarto. Ellos y ellas como Dios los trajo al mundo.
Hubo algunos que segundos después de despojarse de sus ropas corrían como locos por toda la plaza, como si lo que estaba pasando fuera una travesura de la infancia. Otros, saltaban cual gacelas como si fueran a meterse al mar, pero atrás de ellos las olas de multitudes llenaban rápidamente ese océano inexistente.
La orden minutos antes del artista de la lente fue ocupar un cuadro por persona, así que bajo esa encomienda, cada quien busco su lugar, su huequito, mirándonos de reojo, como no queriendo la cosa.
La primera posición, la “A”, consistía únicamente en pararse erguidos con vista hacia Madero. Los que ya no alcanzaron lugar al frente, tuvieron que atravesar la plaza al grito de “golpe avisa, golpe avisa”.
Una vibra de solidaridad se sentía en el ambiente. Éramos un equipo, un solo manto dispuesto a cooperar para hacer historia.
La lente apuntaba a esa piel de cuerpos (presentes), esa obra de arte según Tunick. Pero era imposible evitar la risa, porque el compañero de junto gritaba, “Cuidado con los aires polacos”, otro más, “Oye Juan, tú en lugar de pajarito tienes murciélago, y seguían, “Spencer, tómale otra vez que cerré lo ojos”.
Se ordenó que se hiciera honores a la bandera, pero alguien atinadamente grito, “Ok, pero nada más díganme dónde está la chingada bandera”.
Al terminar la primera toma, los aplausos no podían faltar. Un solo grupo del lado de catedral, logró levantar en segundos “La ola”. Fue entonces que la manta de la posición “B” fue colgada para que nos acostáramos en esa plaza donde una vez estuvo un lago.
El frío de la piedra calaba duramente en los huesos. Había que recostar totalmente la espalda, pero con todo y esa incomodidad, los cuerpos se relajaron para no ver otra cosa que un cielo azul despejado, sin nubes (como sacado de “La región más transparente” de Carlos Fuentes), con los pies y pechos de compañeros y compañeras de junto a unos centímetros. A lo lejos, una voz anónima gritó “nos va cagar un pájaro”. Nuevamente las risas no se hicieron esperar.
Y aunque no estuvo presente físicamente, Norberto Rivera anduvo en boca de los presentes con la consignas “Norberto Rivera, el pueblo se te encuera”, “Norberto, ¿nos vas a excomulgar?”. “Norberto, ábrenos, ya es hora de misa”.
Fue entonces que llegó la más incomoda de las pociones, la “C”, conocida como la “fetal”. “No vayan a voltear pa’ delante, no lo hagan”, “Mira nomás donde vine a perder…” bromeaban algunos. Y es que prácticamente uno quedaba con el trasero del de enfrente a corta distancia de la punta de la nariz.
Había quienes creían que el “show” había terminado. Pero no, el fotógrafo neoyorkino sacó de la chistera dos fotos más. Para la primera, subió a un templete improvisado a costado del asta bandera, y desde ahí pidió que hiciéramos un triangulo, una flecha, pero debido al pésimo sonido, apoyado únicamente con un altavoz, su indicaciones no se escuchaban. “¿Que quiere que hagamos?, dizque un triangulo, ¿isósceles o escaleno?
Así que formados en líneas, Spencer tomó su última foto a hombres y mujeres juntos. Todos abrazados, en total comunión con la mirada hacia 20 de noviembre. Los tabúes y censura se quedaron en un viejo cajón de los años 70.
Llegó entonces quizá el único error de Tunick. “Los hombres han terminado su participación, pueden irse a vestir, muchas gracias. Únicamente se quedaran las mujeres para una última foto”. De modo que ahí ya no estuvimos iguales, porque una vez vestidos ya no fue lo mismo.
Los más gandallas, aunque no llegaron a más 20 personas, sacaron su celular y empezaron a disparar a discreción. Por este hecho, hubo algunas mujeres que quedaron inconformes, y con toda razón, pues todos debimos vestirnos al mismo tiempo. Pero total, habían sido una hora y cuarenta minutos de quizá, la única vez en la vida que se estaría desnudo frente a una multitud. Y como dicen, lo bailado ya nadie nos lo quita.
Fue una mañana donde no hubo racismo, sino respeto. Porque ahí no existían jerarquías de “soy” mecánico, maestra, empresario, vendedora, estudiante del Tec, dentista, secretaria, ama de casa o periodista. Ahí éramos uno más dispuesto a mostrarse al natural.
Si la “encuerada” de Ávandaro dio para años de polémica y represión por parte del gobierno, la instalación de Spencer Tunick demuestra que la sociedad mexicana ha cambiado. Que estamos listos para esto y lo que venga. Que no hay nada más bello que el cuerpo humano. El “¡uno, dos, tres, ya!, de la voz que salió desde el hotel Majestic habitará por siempre en nuestra memoria colectiva.
Son las nueve de la mañana. El reloj de catedral se hace sonar, pásenle que la misa está por comenzar.

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